jueves, 8 de julio de 2010

AIRES DEL SUR

Vienes como los aires del sur,
calientes y potentes.

La calima se había apoderado de mi presencia.
Sentía calor y asfixia por fuera. Estaba helada por dentro.
Te encontré sin querer. Casi sin buscar.
Una tarde de primavera, con reticencias, incluso, te hablé.

De un levante en calma, soporífero,
vienes con un poniente fresquito, renovador
y me activo.
Observo tu movimiento desde afuera, desde dentro,
desde todos los ángulos que mi imaginación puede recrear.
Me gusta.
Tienes el don de acelerarlo, de suavizarlo, de pararlo.
Y todo mi cuerpo, al son de mi respiración,
se tensa o se relaja. Provocas mi excitación.

Yo no quería verte. Desconfiaba del cielo.
Demasiada calma-me dije.
Pero supiste levantar la tapa de mi frente
para que, vertiginosamente, me montara en un globo
del que ya no quise bajar.

Un día poniente, otro levante y entre uno y otro
yo empujo a Eolo hacia ti y tú lo recoges
para con más fuerza, soplar hacia mí.
En ese vaivén formé un tornado
en el tunel de la distancia, con la confianza.
Con el deseo de más realidad que metáfora.

Desde entonces, sin saber cómo, espero
semidesnuda entre este calor sofocante.
Un viento ha brotado en un cielo oscuro
que no trae de vuelta nada.
Pasan los días y no traen nada más que calor y asfixia.

Me acordé porqué no quería conocerte.
Pero necesitaba tanto de tus aires…
que me emocioné pensando que eras diferente.
Si me vuelves a soplar, acuérdate de una cosa:
si me gusta, siempre, ¡óyelo! siempre,
voy a contestar…


PBG

viernes, 2 de julio de 2010

Gracias al mar

Suave caricia
soplo ligero
fragancia a… (inspiro)
me llega todo
y con todo me quedo.
Adornado
Por un girasol gigante,
en medio
del claro cielo
fragancia a… (vuelo a inspirar)
cuando cierro los ojos (de frente)
y entono
un te quiero (con mi mente)
Estando acompañada,
No. ¡qué va!
¡Sola!
No hace falta nada.
Con la… (inspiro más)
Fragancia a mar,
con eso, sólo,
me quedo.

La joven frente “al mar de plata”, gracias a él, a su tono, al reflejo de la luz, a estar por encima de lo que tenía al lado, como si sus neuronas fueran lianas a través del océano con árboles surgidos del fondo, para llegar a su verdadero amor… la joven cuando abrió los ojos y descubrió a un desconocido que roncaba en su primera cita, ahí tirado como un “Cristo” se echó a reír y en ese mismo momento, con todo (mente y cuerpo), voló.

Drechos de Autor: Mª Pilar Berzosa Grande

miércoles, 23 de junio de 2010

LA OSERA

Dormité.
Inverné,
tanto tiempo…
Sentí su olor,
su presencia,
su calor.
Viví lo bueno.
Sentí lo malo.
Descubrí
Como si no
existiera nada más
en mi caverna.
Me desperté.
Me desperecé…
Y salí.
Anduve.
Salté.
Corrí.
Jugué.
Y
Renací.

domingo, 6 de junio de 2010

El basurero

No te comprendo
¡Qué despropósito!
Has tirado un tiempo;
has desgastado un deseo.

Sin mediar una palabra
Para ¿yo adivinarte?

¡No te comprendo!
Más allá de tus motivos,
has abandonado sin más,
ultrajado lo más básico.

Simplemente, ¿no te enteraste?
Ya veo que no.
Simplemente…¡Era amistad!

lunes, 31 de mayo de 2010

Sin título. Primavera, 2010

¿Qué te pasa?
¿Y a ti...y a ti...?

¿Qué os pasa?
De la admiración
a la ignorancia.

¿Qué deseas?
¿Y tú...y tú...?

Distintos todos y
todos tan iguales...
Caballeros andantes
bajo un lema claro;
portadores de un escudo cobarde;
incapaces de expresar lo más básico;
guerreros del miedo ante la muchedumbre;
aparentes exitosos, ahí engalanados,
dejáis el valor en el exterior
y cuando os desnudáis, ahí...
ni siquiera miráis vuestro espejo
para no asustaros, para no reconocerlo.

Dejáis el valor de vivir,
sólo, para lo supérfluo

domingo, 23 de mayo de 2010

UN ENFOQUE DE VIDA

Era la primera vez que Martín pasaba por ese trago. Nunca en su vida había tenido problemas con la justicia. Un hombre afable, de los que pudiera decirse bonachón, grande, con pies amplios que sostenían un cuerpo glorioso. Martín era querido por toda la comunidad. Regentaba una droguería que anteriormente había sido de su padre y del padre de su padre y… del padre de este último. Cien años de antigüedad ni más ni menos y una saga de Martins que aprendían las fórmulas, primero con el entusiasmo de los ojos infantiles para pasar a la curiosidad atrevida del adolescente y culminar con la sabiduría sensata de los expertos drogueros. Claro, que, entre una y otra fase, Los “Martins” solían tener ciertos descuidos que generaban una explosioncita por aquí, un achicharramiento por allá, una queja por algún cabello que, en vez de quedar rubio platino pasó al más puro verde así como…por arte de magia; nada, cosa de poco.
Martín contaba ya 40 años y su padre, la nada desdeñable cantidad de 79. Ahora él, su padre, anclado en los recuerdos que le proporcionaron las dichas de las mezclas, no se separaba de su hijo, aunque éste a veces sintiera la necesidad de trabajar solo. Martín era así. ¿Cómo decirle a su “viejo” que se fuera si se le iluminaban los ojos cada vez que le proponía hacer una fórmula… aunque no fuera para nadie ni sirviera para nada? Así lo tenía entretenido y le daba un sentido a mantener su arcaico negocio de techos altos revestidos con antiguas y sólidas maderas que apenas eran visitadas por los clientes porque ¿quien necesitaba hoy en día una fórmula magistral para hacer un lavado o limpieza de cutis, un crecepelo o un arreglo en casa? Ni la gente tenía tiempo ni ganas de buscar a Martín cuando todo podían encontrarlo a gran escala en las grandes superficies comerciales.
¿Todo? No, todo no. Martín lo sabía y aunque fuera por un solo individuo, eso le bastaba para seguir con su humilde negocio y poder enseñar a su hijo (por supuesto Martín) la importancia de lo que hacía ahora y seguir con la tradición de su familia, aunque todo el mundo le dijera, incluida su mujer, que estaba anticuado ¡Qué más le daba! ¿Acaso hacía mal a nadie? Incluso servía como entretenimiento por su sentido del olfato, ya que era común que estuvieran jugando al tute y entre cante y cante dijera “Hueles a “Jacks” de nuevo Joaquín, ya era hora porque últimamente no salías de el Agua Brava” o “No le eches tanto amoniaco al servicio, que te lo tengo dicho Pepe, que echa "pa" atrás a la gente” (ni siquiera había pasado por el umbral de la puerta del bar). Detectaba con tanta facilidad lo olores que sus amigos habían terminado por hacer una porra cada vez que se juntaban.
Bien, se decía “ya tengo un beneficio de mantener la droguería, mujer”. Cierto que lo comentaba de broma y a veces bajo el efecto de unas cuantas cervezas… Aun así a la mujer se le erizaban los pelos cuando escuchaba tanta frivolidad y recordaba las cuentas, los beneficios diarios de su “querida droguería” “¡Todo el día! Y ¿para qué Martín? Si no fuera ahora por la pensión de tu padre y mi trabajo, ¿de qué viviríamos?” Martín lo sabía, era una realidad, que aunque le molestaba no podía replicar; además su carácter le impedía entrar en discusiones exacerbadas con su mujer y únicamente le recordaba que él se encargaba de todas las cosas domésticas y de que gracias que tenía la droguería en la propia casa, podían llevar a cabo todo esto. Mientras se lo exponía se acercaba sigiloso y cariñosamente por detrás de ella porque sabía que le apaciguaba y le decía al oído “¡Te he preparado unas alubias con almejas, corazón, que no se las salta un gitano… reina mía!”. Su mujer no podía aguantar la sonrisa y es que era cierto que no pisaba su cocina, ni fregaba un suelo de la casa. Su marido era “muy apañao” como solía decir y se orgullecía de él, en comparación con sus compañeros de trabajo y los maridos de sus amigas, pero a veces sentía que no progresaba y le decía “Martín, ¿no quieres más en la vida?” A lo que él contestaba asombrado “¿Más? ¿Qué más puedo querer? Tengo dos hijos maravillosos, una gran mujer, mi padre vive todavía y… mi droguería…”, para luego añadir: “¡Eh!, la única que sobrevive de la ciudad, no lo olvides”.
Nadie podía entender y por supuesto, él no lograba acertarlo, qué hacía en el juzgado nº 2 de lo social. De repente la antesala se llenó de gente que esperaba de manera estoica 3 horas. Martín abuelo, ahí mantuvo el tipo entre cabezada y cabezada; de hecho en una de esas le pilló cuando salió el secretario judicial y preguntó “¿Martín Martines Quevedo?” Martín se acercó lentamente ante la expectación de sus amistades. “El carnet por favor”, le indicó mientras le observaba de arriba abajo. Cuando el señor secretario comprobó el nombre del carnet con el que tenía escrito en la citación, hizo un gesto que sorprendió a Martín “¿pasa algo Sr?” “Pues… su apellido es ¿Martines o Martínez?” “¿Yo siempre me he llamado Martines, ¿por qué?” “No… por nada… espere un momento.”
En esto, el secretario se fue adentro durante unos minutos, mientras el hombre se quedó de pie, con su típico aire impasible, para salir el funcionario
con su mismo estilo neutral y decirle: “Lo siente Sr. Martines, ha habido un error. La citación es para otra persona que tiene los nombres muy parecidos a Vd. Ha habido un error y le han mandado a su casa la citación pero lo he comprobado y es Martínez y no Martines… Así que se puede ir a casa tranquilamente…. A ver el siguiente es…”
Sin esperar a que Martín pudiera dar una respuesta a esta persona, el secretario como un robot comenzó a atender a otra gente. Otro podría haberse quejado o manifestado su malestar por este disgusto pero Martín, acorde con su forma de ser, cogió de la mano a su mujer, despertó a su padre y, a los amigos que habían ido a acompañarle les dijo: “Vámonos a celebrarlo… Es un error”.

DUDAS

Observo la naturaleza
desde mis ojos subjetivos;
viendo la belleza,
atravesando los sentidos.
En mí está la exigencia
de cuidar el vacío,
de valorar lo que vale
en los silencios repetidos.
Y más allá de comprender,
sólo me paro y observo.
Nada más me veo capaz de hacer
para no entrar en el juicio.
Pues sin duda, de todas,
la humana es la más compleja

domingo, 16 de mayo de 2010

PRESENTIMIENTOS

Sentada en medio de la infinita soledad que me acompaña, mi mente va de un lado para otro sin más guía que su propio albedrío. ¿Cómo he llegado hasta esta posición? ¿Qué parte pude elegir y no supe o no quise? ¿Por qué no hay nada a mi alrededor?
Mis pensamientos giran y giran un día tras otro buscando una respuesta a algo que una, no sabe bien siquiera qué es, porque, incluso, olvida cuál era la pregunta inicial.
Mientras que funciono; es decir, mientras que trabajo, cocino, cuido a mis hijos, estoy con los clientes en la tienda, me hablan los compañeros y hasta cuento chistes… no tengo ninguna sensación de aislamiento. No, estoy ocupada quizá como la mayor parte de los seres vivos con los que estoy compartiendo esos momentos y, nadie podría decir que tengo una doble vida, tanto que a veces, incluso me planteo “¿qué pensarán si un día dejo de ir al trabajo y me llaman, no contesto y me buscan y me encuentran ahí, tumbada ante mi desesperanza por no saber dar respuesta a todas las inquietudes que me acompañan?” Suelo concluir “¡Menuda sorpresa!” para luego imaginar, así como por el devenir de las propias ideas, lo que podrían decir “¡Es increíble… si hasta ayer mismo estábamos charlando, riendo…! Si parecía tan feliz… Lo tenía todo… ¿Qué le habrá pasado?....” y así un sinfín más de frases repletas de incomprensión. Llego a la conclusión que muchos llevamos, efectivamente esa doble vida (mi prudencia me impide ser tajante y cambiar el “muchos” por el “todos”)
¿Dónde han quedado aquellos lances espontáneos que a uno le hacían a veces funcionar, aunque tuviera que ser víctima de ciertas equivocaciones por ser respuestas algo precipitadas?
“¡Qué rabia!” me digo porque se quedan atrás y no suelen recuperarse. Se van perdiendo como Pulgarcito perdía sus miguitas de pan a medida que las iba vertiendo con toda su ilusión en el camino. Cuando me contaron el cuento de Pulgarcito sentí que se decepcionaría muchísimo, perdería la esperanza de encontrar ni más ni menos que a sus papás. Me daba mucha lástima ponerme en su pellejo en ese momento y sentí con claridad cómo mis hijos tenían las mismas reacciones. Pues así me siento yo cuando observo que mi intuición, mi espontaneidad a la hora de percibir el mundo se está desvaneciendo y presa de la más engañosa racionalidad me pierdo en abstracciones de lo más reales y seguro, a vista de muchos, pragmáticas.
Sin que nadie me diga qué debo o no intuir, pero sabiendo que no es la mejor forma en la que un adulto “deba moverse” pongo el filtro como tantos y voy perdiendo las conexiones con un sí, un no, un quizás rápido sin tapujos.
Recuerdo con gratitud varios momentos de mi vida en los que esa sensación me acompañaba, la escuchaba y me servía de guía. Especialmente me viene a la memoria la vez que conocí a Pedro. Ahí estaba con su barba blanca, sus grandes gafas, su pelo inicialmente canoso y su mirada franca. Cuando le escuché la primera vez yo estaba sentada al final de una inmensa clase de la universidad y me dejé seducir por sus palabras. Algo hizo acercarme a preguntarle (no recuerdo qué) y cuando lo tuve en frente y es más, cuando él me tuvo enfrente, un instante de miradas bastó para “conectar” de manera que tras 18 años sigo unida a él de alguna forma. Creo que incluso nos planteamos si nos habíamos visto antes. ¿Cómo se llama eso? Los ingleses dicen que feeling ¿o son los americanos? Da igual. En cualquier caso aquí lo llamo yo algo así como un “chispazo” por el que fui su alumna, su discípula, la seguidora de una gran parte de sus intereses que, posteriormente hice míos y él “mi maestro”. Tanto fue así que al cabo de unos 9 años más o menos, cuando ya vivía en otro lugar y hacía mucho tiempo que no le veía, por motivos de trabajo, un día conocí a una persona que de repente se me figuró un clon de él (el mismo tono de pelo, las mismas gafas grandes, la barba…) y cuando nos quedamos mirando ambos dijimos ¿Nos conocemos? Y volví a sentirlo. En este caso a la réplica, no era más que eso una réplica que pudiera servir para recordarme que él estaba presente en mi vida, nunca más la volví a ver.
¿Qué hubiera pasado si aquel día no me hubiese acercado a mi maestro? ¿En qué hubiera influido en mi vida? ¿Es posible que yo influyese en la suya? Siendo así, ¿qué consecuencias hubiera tenido para él si no nos hubiésemos visto nunca?
Los presentimientos no siempre tienen los mismos resultados. Se me viene uno a la mente (por desgracia no es el único) que a la larga, al menos por ahora lo vivo así, me produjo gran dolor. Un día, en el trabajo conocí a Sofía y recuerdo que mientras me miraba de arriba abajo, sentí cómo acababa de nacer algo entre ambas. Tuve ese “chispazo” de nuevo y le dejé entrar, dejé que conectara con lo más profundo de mi ser, me dejé llevar y el fruto fue una macerada relación de 14 años en la que, al menos yo, la viví como si de algo filial se tratara. A medida que se acercaba a la lúdica “niña bonita” no quise escuchar otros mensajes directos, claros porque mi razón iba taponando la entrada de esos pensamientos intrusos. No quise hacerlo quizá porque no me gustaba lo que percibía y prefería mentirme y seguir atendiendo a lo que quedaba tras tamizarlo. Pero el devenir de las relaciones es nítido y nada se puede hacer para evitarlo. Así fue. Todo aquello que percibí, lo fui sintiendo, viviendo hasta que el dolor me hizo despertar y repasar con claridad las veces que llamó a mi puerta y no quise abrirle. Ahora me pregunto ¿qué hubiera pasado si en vez de ignorarlo le hubiera al menos concedido la oportunidad de mirar por la mirilla a ver qué me podía encontrar? ¿Hubiera cambiado algo el desenlace? ¿Al menos podría haberme evitado tanto sufrimiento? ¿En qué parte de esa historia pude dar un giro para facilitar otro desenlace? ¿Quizá desde el principio?
Los presentimientos, ¡ay! Los presentimientos… esos caprichosos y desterrados señores andantes de nuestras vidas tan aparentemente razonables. No todos son iguales, qué va: los hay vitales, esas señales que te indican que la vida te va a dar un gran vuelco por una gran decisión (puede ser un cambio de trabajo, de domicilio, de pareja, el encuentro con un ser especial, el descubrimiento de querer estar en otro lugar del planeta diferente…) o aquellos más intrascendentes, los pegados a la cotidianeidad, aquellos que pueden pasar más desapercibidos por minúsculos, pero con un gran poder por la cantidad de veces que se asoman a nuestras vidas (los tienes en la almohada, en el sofá, mientras comes, cuando lees un libro, escuchas una canción…) y notas que “se te levanta el estómago”…
Se pueden encontrar si uno sale a buscarlos sin que sea necesaria la luz del día. Están ahí, en la más oscura nocturnidad, como aquella vez en que me vi tan desolada, tan triste, tan dejada que decidí dar un salto en mi vida y cambiar justo al despertar de un sueño revelador que me condujo hasta mi más tierna infancia. Se aparecía de manera recurrente una imagen “real” de mi casa, mis padres, mi entorno. En otras ocasiones me había sucedido y nunca sabía qué me anunciaba… hasta que un día vi la luz al levantarme. Siempre visualizaba las imágenes que no me gustaban, aspectos que bien podrían relacionarse con lo que vivía yo misma muchos años después. En uno de esos encuentros con Morfeo, uno de esos flashes me hicieron comprender que ya era hora de provocar un cambio y arriesgarme a hacer algo diferente a lo que yo había vivido… y… con mucho miedo, lo hice. ¿Para bien, para mal? ¿Qué hubiera pasado si no lo hubiese escuchado?
Esa fue la última vez que hice caso a la voz de mis presentimientos. A partir de ese momento me pasé al otro lado, el de la comprensión práctica.
Harta de dar tantas vueltas a las ideas sin tener muchos avances, me levanté un día de un intento de siesta dispuesta a dejarme invadir por mi rutina, pero de manera inesperada el atardecer cambió el curso de mi vida. Un impulso de aburrimiento me hizo apretar el botón de la televisión y sin más me quedé aterrorizada mientras escenas se clavaban en mi retina. Algunas eran muy lejanas y otras extremadamente cercanas. No podía comprender qué estaba pasando mientras yo me debatía en mis múltiples e inquietantes visicitudes. La vengativa naturaleza se cebaba, no sin razón y aporreaba con su mazo de terremotos, huracanes y tifones a la parte más empobrecida de la madre tierra y por si esto no fuera suficiente desgracia, ahí estaba la paradoja insolente, la doble moral de los humanos que no hacía otra cosa que provocar estampidas de pobres gentes cuyo único fin es sobrevivir, sobrevivir porque todo lo tienen perdido al arrebatarle sus bienes más básicos y preciosos. Gentes a las que no sólo se les pone barreras cada vez más altas coronadas por el infortunio de los pinchos, sino que se les encadena entre ellos, se les mete en un autocar y se les abandona en el desierto, desterrados a una suerte fija, segura, evidente.
Me quedé inmóvil, sentada en el cómodo sillón de mi salón, sintiendo como transcurrían lentamente mis lágrimas en mi limpia y fina piel, con mi café caliente en la mano y escuchando a otro como yo, pero eso sí, esta vez de color negro, con los ojos enrojecidos de dolor y la piel algo menos limpia por el polvo de su lucha.
Me sentí tan…tan rara… Tuve por un momento tanta invasión de emociones contradictorias que me complací cuando un leve “chispacito” se dejó paso ante mi sesuda racionalidad de los últimos tiempos, más aún cuando fue subiendo de intensidad al ver la solidaridad del pueblo ante tal masacre.
Dejé de pensar. Ya no hacía falta.
Ese fin de semana marcó un antes y un después. El lunes pedí unas horas libre y me acerqué a la Cruz Roja. Solicité hacerme voluntaria. Quería ayudar, quería salir de mi enclaustramiento privilegiado. Yo era enfermera, aunque no hubiera practicado mucho en los últimos tiempos... Mientras lo explicaba me llegó una imagen de mi “maestro” en una de sus charlas sobre el ejercicio de la profesión en poblaciones marginales. Salí con un cierto nudo en el estómago, algo así como un agradable vértigo y, de manera inexplicable más decidida.
Al día siguiente hablé con mi jefe: “quiero pedirme una excedencia, si es posible, Paco” “¿Cómo? Déjate de bromas, anda”. Mi gesto era suficiente revelador como para que se diera cuenta rápidamente que precisamente no estaba contando ningún chiste. Sabía que no me entendería ni me aseguraría mi puesto. “Sólo me comprometo a darte seis meses, no puedo más”. “Vale, me basta con eso, muchas gracias” aunque no supiera con claridad el que iba a necesitar.
La parte más complicada era explicarle a mi pareja lo que había decidido, pero llegado a este punto, no quedaba más remedio. Tenía que dar el salto definitivo. Cuando cenamos busqué la ocasión de hablar a solas con él y sin saber si el preámbulo iba a ser convincente, decidí ir al grano por una vez.
- Quiero comentarte algo que quizás… te sorprenda… He estado pensando…
- Sí, ya te he notado algo distante… ¿qué pasa?
- Necesito un cambio. –Dije al fin.
- ¿De qué?
El siempre tan directo, pensé mientras me esforzaba en continuar.
- Pues de… de vida
Ahora sí que capté su atención. Seguro que por su gesto creyó que en la palabra vida iba incluido él como protagonista de mi historia. El caso es que no parpadeó y antes de seguir dejándole elucubrar me adelanté.
- Me refiero, a un cambio de estilo de vida.,
- ¡Ah!- se desinfló como si dijera ¿Eso?- Y ¿qué vas a hacer? ¿Montar una tienda de muñecas de esas antiguas? Siempre te gustaron mucho las muñecas y mira… ahora a tus 45 años podría ser una forma de evocar tu pasado.
Ahí estaba él, frivolizando con sus bromas de siempre algo que me había costado días decidir… ¿qué digo días? Meses, aunque no fuera realmente consciente de ello. Noté cómo me enfurecía, pero quise calmarme.
- No precisamente, no es eso en lo que he estado pensando. Más bien, incluso, lo que he decidido.
- Me tienes en ascuas.
Su sinceridad era auténtica, pero a mí me parecía que tenía ciertos matices de poca relevancia, quizás porque yo era la única conocedora de la trascendencia que esto iba a tener y, por supuesto, él no se podría imaginar en qué habían estado entretenidas mis neuronas desde hacía bastante tiempo, ¿cómo imaginar que estaban haciendo una autovía para dejar paso de nuevo a mis presentimientos y entre los dos hacer una obra de ingeniería que realmente me pudiera servir para los pasos oscuros de mi existencia?
- Me he hecho voluntaria, voluntaria de la Cruz Roja.- Dije al fin.
- ¡Venga ya! ¿Sí? ¿Cuándo?
- Sí, ayer.
- ¿Y cómo que no me lo dijiste?
- Ya te lo estoy diciendo.
- ¿Y qué vas a hacer? ¿Te va a ser fácil compaginarlo con tu trabajo?
Ahora era yo quien me quedé petrificada mirándole a los ojos sin que me salieran las palabras, ¡qué digo palabras! Ni un solo sonido de mi boca.
- Sí- no me oí, pero creo que lo dije- Me he pedido una excedencia.
Y en esta partida de tenis del silencio, le tocó a él jugar y se inmovilizó hasta que pudo reaccionar.
- ¿Qué estás diciendo?
- Pues eso… En seis meses a partir de la semana que viene, no voy a trabajar.
- ¿Cómo que no? Y me lo estás diciendo ahora… pero tú, ¡Tú no puedes hacer eso!... Tomar esa decisión por tu cuenta…
- Sé que te extraña, pero necesito un cambio. Te lo he dicho muchas veces y tras darle infinidad de vueltas yo… yo siento… que es lo que quiero hacer.
Creo que ahí yo iba empeorando sus reacciones.
- Que… ¿Tú sientes? ¿Qué te pasa? ¿Y lo pagos? ¿Y nuestro Proyecto? Y…
Me sabía lo siguiente.
- …Y… ¿el coche que nos íbamos a comprar?
Acerté.
- Espera, tranquilízate. Tenemos ahorrado algo, más el dinero que mi madre me dejó por la herencia. Podemos tirar de ahí… además empiezo como voluntaria pero los enfermeros son muy necesarios y es posible que me contraten, eso me han dicho y… si no, tras estos seis meses lo dejo y ya está… yo… necesito probar.
- Tenías que haberlo compartido conmigo…- esta vez su tono reflejaba cierta decepción-
- Sí, sí… lo sé, pero esta decisión es muy importante para mí y no quería que nadie influyera en ningún sentido.
- Pero… ¿qué te ocurre? ¿No te gusta lo que tienes? ¿No eres feliz?
- ¡Qué se yo! No espero ser feliz al cien por cien, pero es que… esos proyectos que tú dices… ¿Sabes? Creo que…-Y ahí tenía esa sensación: “el chispazo” había vuelto. Mi estómago hablaba- … Eran tus proyectos, pero no los míos. ¿Para qué quiero yo un coche nuevo si este anda? Mira, la verdad, no me seduce ir al mejor hotel como este año o a ese crucero al que me quieres llevar… ¿Cuándo he cambiado? ¿He sido yo siempre así? No lo sé… No tengo respuesta. Habré cambiado y ahora aunque me gustan las cosas… no necesito tanto y además no me gusta mucho la postura pasiva que tengo y prefiero probar…
- Ya…- estaba molesto y además de escuchar mi discurso sobre mi propia identidad, su mente buscaba de manera rápida explicaciones en las que basar una posible revocación de mis intereses- Y además de en no recibir dinero, ¿en qué más va influir esta decisión? ¿Has pensado en tus hijos? ¿Te quedas aquí o vas a estar de viaje todo el tiempo?
- Pues… mis hijos creo que se sentirán bien, orgullosos como otros tantos hijos de personas voluntarias. Por ahora iré dos veces a Melilla a la semana y el resto por aquí, haciendo cursillos, reciclándome… ya te he dicho que hay posibilidades de contrato.
- ¡Qué ilusa! Además de tu edad ¿No te das cuenta de que no ejerces desde hace más de diez años?
- Por eso voy a prepararme de nuevo. Escucha, lo tengo claro. Lo voy a hacer. Siento…
- ¡Siento, siento!- Su tono era bastante exacerbado- Se siente a los 20, no a tu edad. A tu edad, se piensa y se estudian los pros y los contras, a ver si te enteras de una vez…
A partir de ese momento dejamos de discutir. Una sonrisa íntima salió de mí. Por una parte no podía enfadarme con él, yo había estado presa demasiado tiempo en la cárcel del “debo” Ahora me había liberado. Mi firmeza, mi convicción estaba por encima de sus quejas. Al contrario, una fuerza interior me decía que todo iba bien. Era él… el presentimiento me acompañaba para hacerme fuerte en mi decisión, estuviese o no acertada, pero para dar un mayor sentido a mi camino.
Ahora me parecía lejano mi malestar. ¿Cuándo volvería a plantearme qué hubiera pasado si en vez de escuchar a mi cuerpo ante tanta injusticia me hubiese distraído con lo que quemaba el café y con otras mundanerías?
La cuestión es que desapareció la sensación de tener esa doble vida.

Nota: Publicado en Cuadernos de terapia Familiar. Sección creativa. Año: 2006.
Este relato está dedicado a mi maestro el profesor José Antonio Ríos, por su celbración de 40 aniversario de su Centro Stirpe (Madrid). Un presentimiento me conectó a él y ya vamos camino de la tercera década.

sábado, 24 de abril de 2010

En el Ahora te recreo

“En el Ahora, te recreo”

Efímero recuerdo
del sentir mío
que alza sus vuelos
en el camino perdido

de rosas marchitas,
vividoras instantáneas
con la brisa surgidas,
con fragancias trasnochadas.

El corazón deshojado
sin dolor, pero sin mimo,
anda despacio, sin prisa
por el camino, rendido.

Y si huele, se para.
Y si pincha, se cura.
Y si suena, se recrea
en el silencio baldío.

domingo, 21 de marzo de 2010

Efímero

Me intriga la respuesta
cuando alguien se entrega
al más puro sentimiento

Y encuentro por la vida
la misma sorpresa en el antes,
en el preámbulo.

Sólo recibo caricias
para mis oídos.
Todo son arrullos
para mi alma.

Me intriga la respuesta
cuando en el después
ya no queda nada

Se diluyen los gestos
y con ellos, las palabras
Se pierde, se pierde...

¿Quién se desacompasa?
¿Por qué voló lo encontrado?
¿Qué queda del viaje?

Y al final, sigo sin encontrar
Y al final, sigo intrigada.

sábado, 20 de marzo de 2010

Tras la noche

Juan se sentía dolorido. Dio media vuelta a la esquina, jadeante; se asomó con sigilo y comprobó que aún le seguían. No sabía donde meterse. Con el corazón totalmente acelerado quiso buscar un resquicio de salida. Miró a todos los lados y se dio cuenta de que era imposible. Volvió a asomarse y supo por sus cuerpos, su marcha, su gesto de odio que esos tres matones iban decididos a machacarle. Sería su final. Asustado, sabía que nada tendría que hacer, que sus puños de acero, sus porras y la marca de sus incomparables botas acabarían rompiéndole todos los huesos que tenía en su diminuto cuerpo. Notó como un líquido caliente y humeante por el contacto con el exterior salió de entre sus piernas. Juan retrocedió con la espalda pegada a la mugrienta pared, que desagarraba a través de sus graffitis el horror de su momento, de su estado y quiso morirse; quiso que su corazón finalmente se saliera de la boca; así, al menos, su final sería menos doloroso. Pero no. Ahí estaba él encogido, echo un ovillo entre la miseria de cualquier rincón de no importa cualquier ciudad. Miró hacia arriba un instante, pudiendo confirmar la sonrisa irónica, especialmente del cabecilla mientras golpeaba de forma rítmica el bate con el que su vida terminaría…
Juan dio un salto en la cama. Su respiración estaba acelerada y se encontraba sudoroso. En medio de la oscuridad de su cuarto tuvo tanto miedo que no sabía si la leve sombra de la farola que se dejaba entrever por las rendijas de su alcoba, podía tener algo que ver con el horror de ese gesto.
Tardó unos segundos, que le parecieron eternos, en reaccionar. Se levantó de la cama y fue al baño. Sentía, incluso, que había mojado su ropa. Estaba impactado otra noche. Lloró como un niño. No podría aguantar esta situación por mucho más tiempo.
A la mañana siguiente quiso hablar con Isabel, una amiga que además de compañera de trabajo podía ser una persona más importante si al menos se decidiera a revelarle sus sentimientos.
-¡Qué mala cara tienes hombre!- dijo mientras se sentó a desayunar a su lado.
- Gracias, yo también te quiero- contestó con desgana.
- ¿Qué te pasa? ¿Muchas juergas por las noches?
- Ojala fuera eso…
- ¿Algún problema? …. ¡Uf este croissant está estupendo!
Juan se le quedó mirando con admiración.
- ¿Tú siempre duermes bien?
- Generalmente, ¿por?
- ¡Qué se yo!
- ¿Quieres decirme algo Juan?
- En realidad sí.
- Pues venga, hombre, que sólo tenemos…ya los veinte minutos del recreo.
- Es poco tiempo… ¿querrías comer conmigo?
- Hombre, ¿ahora se liga así? ¿Dando lástima?
Juan volvió a mirarla. Era muy guapa. Ojala fuera ese el objetivo de su cita (bueno o quizá no). No hizo falta que contestara. Isabel, que quería minimizar la problemática, se dio cuenta de que era algo serio.
- A las dos en la salida.
- Vale.
Al terminar su jornada, Juan se sentía raro; las piernas le temblaban. Mientras recorría todo el pasillo que le llevaba de su clase a su despacho y de éste al exterior, tuvo que encontrarse con una avalancha de estudiantes que gritaban, corrían o simplemente salían por fin. Aún así, esto era más amable para él que tener que verse las caras con el resto del equipo docente. Tenía la sensación de que el temblor que tenía debajo de sus pantalones era percibido por todos los adultos con los que compartía profesión. Se sentía agotado, como si una losa estuviera posada encima de su cráneo y le fuera hundiendo a cada segundo que su vida transcurría.
¿Cómo era posible que fuera el director del Centro? ¿Cómo era posible que nadie notara su desdicha? ¿Cómo ninguna persona imaginó que tenía un terrible secreto y que éste le perseguía todas las noches desde hacía años?
Allí estaba ella, puntual como de costumbre, con su sonrisa en la cara como si nunca tuviera preocupaciones.
Fueron a comer a un sitio alejado del centro de trabajo para no encontrarse con nadie. Disponían de toda la tarde e incluso la noche.
- Bueno, Juan, ¿qué es eso que me quieres contar?, veo que llegamos a los postres y no sueltas prenda.
- Hace mucho tiempo… yo… esto (encendió un cigarrillo)… todas las noches…
- A ver, hombre… Espera, que me lío. Vamos a comenzar por lo de las noches. ¿Qué te pasa por las noches?
- Pues… por las noches… tengo una pesadilla horrible que se me repite desde hace años… A veces a diario, otras no tanto… No sé porqué en ocasiones es más frecuente que en otras… y yo… yo… no puedo más.
Juan comenzó a llorar de manera espontánea e Isabel constató la gravedad de su situación.
- Tranquilo, a ver… ¿No has consultado con un especialista?
- No… no me atrevo.
- ¿Por qué?
- Pues, porque no… es como si me diera vergüenza o miedo.
- Ya, pero bueno… ¿quieres contarme el sueño?
Juan no quería. Era demasiado horrible, demasiado insultante y demasiado depravado, pero estaba ahí intentando al menos buscar una salida con una de las personas que más confianza le inspiraba.
- Me tienes que prometer que no se lo contarás a nadie.
- Palabra de honor- Isabel adoptó una pose miliciana para enfriar un poco el ambiente, pero Juan no se rió-.
- Isabel, lo que vas a escuchar es muy serio y muy vital para mí y no puede saberse. Nadie lo sabe y yo no puedo vivir más con esto porque me voy a morir o me voy a volver loco; no puedo más.
Isabel le miró y le pareció un extraño. Llevaban cinco años trabajando juntos, siendo ella la jefa de estudios del Centro que él dirigía. Ambos se presentaron voluntarios y repitieron mandato. El concepto que tenía de Juan era de un hombre seguro, fuerte y muy capaz. Siempre luchaba por las causas más desfavorecidas, motivo por el que pidió ese centro en cuestión, ese instituto tan difícil del sur de la ciudad. Se sentía ligada a él por filosofía de vida, porque ella se había criado en un barrio obrero y quería ayudar a estos jóvenes estudiantes multirraciales. Por un momento se asustó y tras jurarle que nadie le sacaría una palabra jamás, él comenzó a relatar el sueño como si lo viviera, como si a cada palabra notara el peso de la situación.
Hubo un momento en que Isabel se emocionó. Cuando Juan terminó encendió un cigarro, aspiró con fuerza y por una vez en su vida, no supo qué decir.
- ¿Qué te parece mi vida nocturna? Le preguntó con la sonrisa más dolorosa de cuantas recordaba.
- Eso pasó hace mucho, ¿no Juan?
- Sí, mucho, mucho tiempo. Yo tenía unos 16 años. Fíjate… tengo 43 ¿Puedes entender cómo se vive con este lastre?
- Sigo sin entender por qué no has buscado ayuda…
- ¿Cuándo?
- Pues en el momento…
- ¿En el momento? Te diré cuál era el momento… Mi padre era alcohólico. Mis tres hermanos y yo teníamos que padecer en diferentes momentos palizas o broncas simplemente… diría yo… por eso, por el simple hecho de existir y mi madre tenía que trabajar tanto que ¿cómo le iba a andar yo con estas cosas?
- Pero Juan, quizá entonces no pudiste hacer nada, pero luego… más adelante ¿cómo conseguiste salir de esa situación? ¿Cómo es posible si estabas tan afectado y no lo tienes superado? Ahora sí que puedes… Tú trabajas con jóvenes precisamente o supongo (dudó) por lo que te pasó, para que nadie tenga que pasar por esas situaciones y… si no estás bien… ¿cómo lo haces?
- Las cosas no son fáciles…Al principio fui superando mis crisis con ayuda de mi tutor de segundo de secundaria. No sé porqué extraña razón creía en mí y comenzó a ser mi sombra y gracias a su empeño me metió en los grupos de ayuda, los centros de barrio, comencé con el deporte, ayudé a otros jóvenes y mientras estaba en esa situación y gracias a este apoyo pude superarme, así que se me olvidó o al menos eso creía. Estaba muy ocupado, desde luego… Pero…
- Pero… volvió el fantasma ¿no?
- Eso, volvió.
- ¿Por qué volvió Juan?
- … Cuando… cuando mi padre murió. Al cabo de 8 años, estando yo en la carrera, mi padre falleció de cirrosis y esa primera noche, comenzaron las pesadillas.
- Ya. ¿No era buen momento para solucionarlo entonces?
- Me fui de viaje. Tenía que marcharme y me dieron una beca Erasmus. Me distraje todo lo que pude y me sirvió como terapia.
- Pero volvió a aparecer, ¿no?
- Sí, efectivamente. Al terminar la beca me quedé un año más trabajando en Irlanda. No quería volver por aquí, al menos todavía no.
A medida que Juan contestaba a las preguntas de Isabel se iba enajenando como si el recuerdo se acercase a la mesa donde estaban a punto de consumir los cafés. Su mirada era un viaje al pasado.
- Entonces, ¿cuándo volvió? ¿Cuándo regresaste?
- Sí, cuando regresé- contestó tras unos segundos de silencio-
Juan no seguía e Isabel no sabía si era bueno o no continuar por ahí.
- Si quieres lo dejamos- mientras alargaba afectuosamente su brazo para tocar su hombro.
Juan se le quedó mirando unos instantes.
- Cuando volví tuve una sensación muy rara. Mi madre estaba algo más recuperada que antiguamente. Mis hermanos sonreían más. Mi barrio tenía un aspecto más… ¿digno? Todo era mejor y sin embargo… ¿por qué me sentía tan mal? ¿Quizá por el choque? A partir de ese momento no han desaparecido las pesadillas salvo breves periodos de tiempo.
- Ni siquiera, ¿Cuándo estás en medio de estos jóvenes a los que ayudarles es tan importante? ¿Esto no te reconforta?
- En parte sí y por el día me siento bien, pero debe ser sólo en parte, a tenor de las circunstancias.
- Perdona, Juan, pero sigo sin entender por qué ahora no buscas solución. Yo creo que si preguntamos a Carmen, ya sabes, nuestra psicóloga, ella…
- No- respondió tajantemente.
Juan miró de manera muy brusca a Isabel.
- Señorita, la cuenta por favor- y volviéndose a su amiga- gracias por escucharme Isabel. Tenemos que irnos.
Al salir de la cafetería ambos cogieron por distintos caminos para volver a sus casas. El día, que estaba gris amenazaba con una fuerte tormenta y aún así, ambos, por separado, decidieron ir andando.
La noche cayó y junto a ella diminutos cristales rompían su quietud de forma constante y cada vez más intensa. Juan se asomó a la ventana y notó cómo el alma se le encogía. Miró el reloj y se resistió a acostarse una noche más ante el terror que sentía. Ahora le rodeaba además la incertidumbre de saber si había sido correcto hablar con Isabel ¿y si ella hablaba con Carmen por su cuenta? Pero no, ella le había prometido… y él creía en su amiga… Su amiga… ¡cuántas veces al principió ensoñó con la posibilidad de ser algo más, de poder compartir su vida con ella…! Decidió poner la tele. Era el único remedio.
Isabel se despertó bruscamente cuando un rayo iluminó su habitación de golpe. Se sentó en la cama y con la mirada clavada en la pared se quedó inmóvil. De un salto se levantó y miró por la ventana. La lluvia arreciaba. ¿Qué hora era? Se asombró de que sólo fueran las dos de la madrugada. Tenía la sensación de estar durmiendo mucho más tiempo.
Dudó por un instante, volvió a descorrer los visillos y sin pensarlo dos veces, se encajó de manera vital unos vaqueros, un jersey, se hizo una coleta rápida y se calzó con sus botas de campo. Cogió el primer anorak que tuvo a mano, las llaves y salió de la casa deprisa y sin esperar al ascensor, acelerada bajó las escaleras de dos en dos.
Con un poco de suerte llegaría a coger el autobús nocturno de las 2 y 20 h. Corrió por entre los charcos sin notar cómo el agua traspasaba a su interior. Una vez sentada el frío le iba recordando dónde estaba, dónde se dirigía.
La puerta del portal estaba abierta y, al llegar, Isabel dudó de si era mejor avisar. De nuevo se dejó llevar por el instinto y subió rápida las escaleras que le conducía a su vivienda. Sin pensárselo, llamó a su puerta.
Juan dio un respingo. Se había traspuesto en el butacón. Miró el reloj: las tres menos cuarto de la madrugada. ¿Quién sería? Al mirar por la mirilla se quedó paralizado. Abrió tímidamente la puerta.
Ahí estaba Isabel, empapada y paralizada.
.- ¿No me invitas a entrar?
Juan tardó en contestar
.- ¡Claro! Perdona mujer… pasa, pasa…
Rápidamente fue a buscar una toalla y al dársela le invitó a que se sentara. Incluso le prestó un pijama mientras se secaba su ropa. Isabel lo rechazó en principio.
- ¿Qué haces aquí? ¡Me has dado un susto de muerte!
- Ya… Es que… tuve una pesadilla… yo… me desperté y tuve que venir.
- Vaya… ahora ¿esto también se pega como los virus? –Dijo poniendo una dosis de humor para caldear el ambiente-
- Juan, necesito saber ¿por qué no has pedido ayuda? ¿Por qué te sigues negando? Y ¿Desde cuando de nuevo tus sueños han sido más frecuentes?- le cuestionó mientras se quitaba del tirón el pantalón y se ponía el otro.
- ¿Por qué Isabel?
- No, Juan, eso no vale. No vale que tú me preguntes. Recuerda que yo no te he llamado; recuerda que has sido tú quien me ha buscado. Dime tú primero…
- …Vale, vale… ¿quieres un café?
- No, ahora no, gracias.
- A ver… cuando volví y terminé mi carrera mejoré un poco- empezó mientras se sentaba de nuevo en el sofá con pereza-. Oposité y pedí centros siempre marginales y no tenía ningún problema. Fueron muchos años de gran esfuerzo, mucho trabajo y eso me ayudaba a continuar. No tenía más fijación que trabajar y trabajar. Cambiar de Institutos me ayudó bastante. A medida que veía que no tenía las pesadillas, me animé y pensé que todo estaba superado, pero…
- ¿Pero?
- … Entonces apareciste tú…
- ¿Yo? ¿Qué tengo que ver yo en esta triste historia?
- Pues… cuando viniste al Instituto y después cuando comenzamos juntos la dirección fui sintiendo por ti algo más… que amistad… y a medida que me podía imaginar algo contigo… las pesadillas resurgían con más fuerzas…
Isabel se sentó. No podía comprender.
- ¿Por qué nunca me dijiste nada Juan?
Juan se levantó y se dio la vuelta, miró a la pared. No se atrevía a mirarle a la cara pero ella esperaba una respuesta. Lentamente se giró sobre sí mismo.
- Sabía que era imposible.
Isabel estaba sorprendida. Ella sentía algo bonito hacia ese hombre que cada vez conocía menos. Ese hombre que había a veces idealizado. Ella, que siempre presumía de buena intuición, ¿Qué estaba pasando realmente? No entendía nada o quizás no quería entender.
Juan se sentó de nuevo. Ambos estaban en frente. Se sentía hundido.
- ¿Quieres que continúe?
Isabel no sabía si quería seguir escuchando. Juan le mantuvo la mirada con firmeza y ella la bajó. Algo no iba bien.
- Isabel, Isabel… ¿Sabes? Una de las cosas que más me gustaron de ti cuando te conocí fue tu capacidad de ilusión, tu idealización de los casos… la bondad con que los afrontabas… y que a pesar del tiempo que ha pasado sigues siendo positiva…
- Eso, en parte lo he aprendido de ti, ¿lo has olvidado?
Juan esbozó una triste media sonrisa. Ya no podía evitarse.
- Era necesario… Era necesario poner una máscara…
Isabel no pestañeaba. Su respiración se agitó. Dejó que continuara.
- …A veces la máscara puede incluso, pegarse tanto a tu cara que olvidas quien eres en realidad… Sí… y veo que funcionó, al menos de día. Ser positivo, optimista…me ayudó y fíjate hasta convencí a todos…Bueno a todos no.
- ¿Quién falta? Porque sabes que eres muy querido.
- Yo, falto yo. Yo no puedo convencerme… ¿por qué te crees que tengo esos horribles sueños si no, querida Isabel?
- No sé… Juan, dímelo tú- esbozó con un hilo de voz-
Juan haciendo un gran esfuerzo, se echó para atrás, con las manos entrelazadas en su nuca y mirando fijamente a esa mujer a la que tanto admiraba.
- ¿Qué parte de la pesadilla te daría más miedo Isabel?
Se hizo el silencio.
- No importa, te lo diré yo-dijo mientras se levantaba y se ponía cerca de ella, a su espalda, quien permanecía inmóvil, sintiendo su aliento-
- Lo más horrible de todo es el sonido… el sonido de ese bate y no mientras que amenaza, no, qué va… sino cuando choca brutalmente con la cabeza del otro… entonces sientes hasta el calor de la sangre brotando por entre tus sienes… Tener que vivir con ese ruido, ese olor del fluido, esos gritos de auxilio…
- ¿Por qué Juan? ¿Por qué lo hacías?- preguntó aterrada-
- No sé. Supongo que porque me sentía tan mal, tan dolorido que no lo soportaba. Era mejor, era como más fuerte… digamos que era… otra máscara…
Juan se sentó de nuevo en frente de ella. Ahora quería ver su rostro. Isabel notó cómo las lágrimas recorrían su mejilla. Sentirlo tan cerca le había asustado. Prefería mirar al suelo.
- ¿Qué pasó con ese muchacho?
Juan ya no pudo sostener su mirada. Se encogió en sí mismo.
- Lo dejamos ahí tirado y nos fuimos corriendo. Yo llegué a mi casa y para variar mi padre me estaba esperando pero esa vez de manera más violenta que en los últimos tiempos. Era tarde y me cogió con ganas. Comenzó a golpearme. Yo me resistí y… quise... quise matarle si hubiera podido… Al ver que me rebelaba, él cogió el palo ese para amasar pan. Todo fue muy rápido. Yo me tiré al suelo y me encogí mientras él me insultaba y me decía lo desgraciado que iba a ser el resto de mi vida…
Juan hablaba despacio, como si estuviera reviviendo ese momento.
- … Entonces miré para arriba y le vi. con ese palo y no sé que pasó… me acordé de ese chico… yo… yo era ese chico ahora y me iba a destrozar otro que se creía tan fuerte como yo hacía unos instantes… otro que tenía otra máscara de esas… y no sé de qué manera me pude escabullir… Creo que porque mi madre se puso en medio… salí corriendo… corrí y corrí y sin detenerme volví al callejón.
- ¿Volviste a por ese chico? - Preguntó Isabel con incredulidad.
- Sí. Le encontré inmóvil. Había un charco de sangre a su lado y pensé que estaba muerto… pero le cogí en brazos y me lo llevé. Paré a un taxi y lo llevamos al hospital.
- Pero… ¿cómo es que no te detuvieron?
- Yo que sé… En urgencias dije que le había encontrado y supuse que si él salía de esa no se atrevería jamás a denunciarme. Supongo que estaría tan asustado…
- ¿Qué hiciste después?
- No tenía adonde ir. No sabía qué hacer y sólo podía recurrir a mi tutor. Él era quien (no sé por qué extraña razón) seguía creyendo en mí…
- ¿Le contaste lo sucedido?
- No, qué va. No tuve valor. Ya te he dicho que no se lo había dicho jamás a nadie.
- ¿Qué pasó?
- Le conté que mi padre me pegaba y que esa noche me dio una paliza (vio las marcas, todo era muy creíble) y que me escapé… y que en esas… me había encontrado a Pepe (era compañero del Instituto) y que me ayudara, por favor. D. Mateo curó mis heridas esa noche. Me acogió y me salvó de hacer más salvajadas. Nunca me preguntó nada más.
- ¿Se salvó Pepe?
- Sí… Pero perdió un ojo y le dañamos un nervio por lo que cojearía toda su vida. Nunca más le volví a ver. Ni a él ni a mis otros colegas, porque entonces yo hubiera sido el siguiente. Le pedía a D.Mateo que me cambiara de instituto y ya te he dicho que fue mi sombra.
Isabel no quiso saber cuántos Pepes hubo en la vida de Juan.
- ¿Qué tengo que ver yo, Juan?
- ¿Tú qué crees? ¿Cómo ibas a quererme Isabel?
El día estaba asomando por entre las ventanas. Isabel se marchó.
Al cabo de tres meses Juan recibió una carta de Isabel.
“Querido Juan:
Quizá no entiendas porqué pedí traslado. Ahora estoy en condiciones de explicártelo aunque no sé si ya te interesará.
Cuando fui aquella noche a tu casa fue para escuchar lo que me dijiste. En mi sueño te veía haciendo lo que contaste y necesitaba confirmarlo, aunque en el fondo de mi corazón deseaba que no fuera así.
Quizá te quedaste con la confirmación de tus miedos, con que yo no podría querer a una persona como tú. Lo siento, pero no fue ese el motivo por el que me alejé de tu vida. En realidad me dio mucha pena escucharte y pensar que eres una víctima de la VIOLENCIA, así en mayúsculas. Tú, Juan o Pepe ¿qué más da? No puedo repudiarte como víctima, al contrario me produce compasión… Lo que pasa es que no puedo comprender cómo en tu ánimo de superación no incluiste la honestidad. Ponerte esa máscara y vivir con la mentira tantos años te ha impedido llevar una vida plena, incluso a la hora de formar una familia (conmigo o sin mí eso no importa) ¡Qué diferente hubiera sido si hubieras ayudado a esos chicos admitiendo lo que te pasó! Si hubieras buscado a Pepe y te hubieses conciliado con él de alguna manera… No sé, Juan…Quizá es imposible, quizá yo no pueda ponerme en tu piel… pero eso es lo que me alejó. El pensar que estaba con un hombre que reflejaba un interior y…me sentí… engañada y asustada, la verdad.
No sé qué habrás hecho tras esa noche. Quizá el desahogo de hablar te ayudara a disminuir las pesadillas y a vivir sin la condena de tu conciencia… No sé Juan, pero sigo pensando que necesitas ayuda.
Quizá si algún día hicieras algún cambio importante, quizá si consiguiéramos coincidir…. ¡Quién sabe!
Te deseo lo mejor, Con cariño
Isabel”
Juan sintió las lágrimas correr por su mejilla y tras unos segundos de recuperación colgó la carta con los imanes en la cocina, justo al lado de su tarjeta de citas al psicólogo.


Publicado en Cuadernos de Terapia familiar (2007)